jueves, 18 de noviembre de 2010

Me gusta...


Me gusta sentirte en cada calada, mientras inhalo y exhalo ese cigarrillo a media madrugada, me gusta desear tus brazos mientras la brisa eriza mi piel, mientras te recuerdo antes de que el día comience a nacer.

Me gusta fundirme en tu voz y en tu quehacer, en tu risa y en tu saludo que no soporto cuando se convierte en despedida, aunque sepa que pronto vas a volver, a inundarme de ti, de ti, ay Dios, de ti.

Me gusta cuando imitas mis berrinches desastrosos y me obligas a entender que me entiendes aunque no me sepas entender, porque has aprendido que se me acumularon los miedos y de vez en cuando sólo busco correr.

Me gusta cuando amanezco en ti, tan radiante y alentada aunque nunca te lo sepa decir, tan querida y dichosa aunque sólo lo pueda escribir, porque no sabes, no sabes todo lo que moría antes de que vinieras a mí.

Me gusta cuando me detienes antes de cometer el terrible error de dejarte ir, me gusta cuando me acercas y pareces acercarte sin esos cuestionamientos que desearían no saber tanto de una mujer que recientemente no hacía más que padecer los arrebatos del destino, me gusta que a veces eso se te olvide y te despojes de issues para sentir.

Me gusta cuando me sientes, tan profundamente en ti, que de pronto siento tenerte entre mis brazos, entre mis sueños, entre ese universo constelado que sueles obsequiarme, entre todo eso que me has enseñado, entre tú y una renovada yo, entre tú y una mujer que jamás pensó que volvería a sentir, entre tú, con tus dichas, desventuras, recuerdos, traumas y yo, siempre conmigo. Siempre al compás del sabor y esa hermosa satisfacción que has creado, y que con ella destruyes mi sinsabor. Tú, tú y quién soy yo para decirte que no?...

.
Fotografía: Ellen Tamara Durán Wong.

viernes, 5 de noviembre de 2010

De pronto...


De pronto me vi besando tu fotografía, con la más tierna devoción,
con esa honestidad de la que te he hablado, que no conocía yo.

De pronto mi amor, me vi impaciente por ti, por tu abrazo,
por tu dulzura y tu noble inclinación por facilitarme las noches,
las agonías y el corazón.

De pronto, cuando la noche caía, me hacías perder el miedo y
la incansable desolación. Me obligabas a sonreír, a esperanzarme
con respecto al futuro, a la pasión y al inconsolable amor.

De pronto una noche cualquiera, la casualidad se poso en mi habitación
y desperté contigo en cada tejido de mi emoción, en cada derrota
que sanaste sin que te lo solicitara mi insatisfacción.

De pronto, me hiciste bailar en la oscuridad,
me provocaste reír cuando sentí no poder dejar de llorar,
me encendiste, me sedujiste despacio,
me diste la satisfacción de poder sentirme protegida,
indefensa y querida, de pronto eras tú, recordándome quien era yo,
dándome valor entre espacios devaluados.

De pronto, conociste mis defectos,
te los dije con miedo y pareciste aceptarlos sin desvelos,
porque no soy perfecta y eso parecías entenderlo.

De pronto, me veo envuelta en algo incierto,
poso mis manos en las profundidades de tu silencio,
exploto para ti, deseo llevarte adentro, muy adentro,
busco tu aroma en mis sabanas, tus labios en los míos,
busco, sabiendo que estás conmigo.

Un día, de pronto, se me ocurrirá advertirte,
que es mejor que no vengas, porque si vienes,
no querrás irte y si te vas,
morirás por volver, por tenerme, por sentirme.

.

Fotografía: Carolina Jiménez.

De adentro hacia afuera...


Las madrugadas respiran algo muy similar a la esperanza,
ya no siento tanto miedo al dormir,
he dejado de sentir que duermo sola,
aunque normalmente me sigo aferrando a una almohada llena de recuerdos, de inconformidades y contratiempos.

Las madrugadas tenían un aroma a infelicidad acumulada,
a traumas de infancia, a culpa y a un miedo terrible a la soledad.
Siguen teniendo ese aroma, únicamente que en la actualidad,
también huelen a futuro y también sin duda alguna portan
ese no sé que, ese no sé donde, ese no sé cuándo,
que me emociona, me instala cual Atalaya y me
indica que la madrugada funciona cuando caduca el alma.

Duermo poco, pero ahora duermo bien, ya no tengo tantas pesadillas,
ya no despierto con el mal sabor de no entender lo que sucede,
cuando ya no existe capacidad de sostener, de suponer,
de justificar y cuestionar. Ya no existe esa manía absurda de reconquistar.

Últimamente, me aferro a mis libros subrayados,
al jazz de media noche, a las pasiones acumuladas,
a las fantasías sin cumplir,
a la desesperación hermosa que se posa sobre las novedades y el blues,
a Benedetti a flor de piel y a mi llanto en cada frase,
en cada letra posada sobre el papel.

Deseo unos labios que parecen ser inalcanzables por las tardes,
pero jamás utópicos, deseo unas piernas accesibles e insaciables,
deseo una voz penetrante y sin fronteras,
un alma libre, un tesoro descifrable,
siendo amante a la antigua, le deseo incansablemente sin idealizarle.


.
Fotografía: Carolina Jiménez.