martes, 27 de agosto de 2013

Medicine


Sé sufrir y cocinar.

Nunca puedo dormir antes de la media noche, la vida es un zumbido y yo estoy llena de derroches.

Nunca logro despertar después de las seis, los vuelos suicidas tienen primicias y yo casi siempre me la paso de irracional, creyendo que puedo tocar el cielo con sólo mirar.

Sé amar y leer en voz alta.

No me da miedo declamar que vivo para sentir a infierno abierto, sin embargo, los golpes ya son cientos, las letras un tormento y los recuerdos una leve sensación entre paraísos traicioneros.

Sé esperar y desesperar.

A la medida de lo posible soy la puerta de la plena libertad, puedo dar en un brindis lo que doy en un sujetar de mano, puedo dar en una noche lo que nadie ha dado en años. A eso no le llamo ser indispensable, le llamo ser inolvidable y como le ha dolido a mis romances baratos.

Sé envolver y desprender.

Cuando menos lo espero rompo en llanto. Cuando la noche es larga y he saboteado mis lágrimas entre sonrisas, cuando despierto en camas en las que no está quien quiero que esté, cuando miro unos ojos que no me generan ningún tipo de dicha fundamental. Cuando la vida viene, a avisarme que se va. 

Sé detenerme y resurgir.

Le tengo miedo a todo, sin embargo, hoy no le tengo miedo a lo que fui, porque en determinado momento mi pureza se confundió con el cemento, porque alguna pieza del rompecabezas me saturó de tormentos. Porque la vida quita pero pone y a veces cuando me pone a mí en algún lugar, la magia fluye y se siente algo adicional.

Finito o infinito, la memoria no falla en vano, falla cuando le conviene colapsar, cuando no busca poseer el recuento de un fracaso trascendental. 


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