viernes, 24 de mayo de 2013

A quien interese:


Detrás de cada sonrisa de complicidad se encierran lapsos de maldad, sus recintos son sumamente distintos a los míos, sus espacios son desajustables, tanto como mis instintos.

¿No ha sentido el impacto de su mano sobre la mía?

No es opcional, volar no es una cuestión cuestionable, pero a base de caída libre dudo que ir más allá sea razonable.

¿No ha visto su reacción cuando quien se aproxima a su costado soy yo?

El tiempo es un reloj de arena mal acostumbrado a su postergación, a mi inútil idea de dejar fluir la tempestad y cuando todo se corrompe, yo me voy por mi lado, usted busca un remanso y la noche muere tempestuosa ante el cansancio.

¿Acaso le parece casualidad como se queman sus sábanas, como se le agudizan los sentidos, como pierde la calma, como la madrugada acaba entre gemidos?

Yo no tengo vida para cobranzas, mi tacto es la insondable muestra de añoranza.

El silencio infame se posa sobre la exaltación de mis labios acercándose a su cuello, sobre sus latidos alterados ante la sublime pasión y el agetreado desconsuelo.

Yo me estremezco, no soporto desear tanto esta contrariedad. Usted se agita y no sabe como sostener tanta ambigüedad.

¿Acaso no le parece que el arte se mezcla, que las emociones se condensan y que a contracorriente se acumula esta represa?

Al escribir una bomba nuclear siempre se espera que al final estalle un corazón. Usualmente el que estalla es el del escritor.

Se acaba esta sublime pincelada de su cintura multifuncional, se opaca temporalmente la accesibilidad y que sigan los transeúntes, todos arruinando la deliciosa confabulación, todos saboteando la intensa perturbación de su mirada estrellándose contra la mía, de su madrugada ajustándose a mis caricias.

Que sigan los transeúntes, usted y yo nos estancamos a saco y a inmoralidad.

Que sigan los transeúntes, yo por mi parte no me alimento de lo mortal.