viernes, 25 de julio de 2014

Clandestino.

Aquella tarde en el Kracovia.
La habitación de iguana en forma de caballito de mar.
Las barras de los bares californianos.
La cama de tonos opacos.
La oscuridad de mi constelación.
La robusta insatisfacción.
El amanecer norteño.
La mesa del 310 en Insurgentes Sur.
Barrio Escalante en llamas.
Gonzalitos empapado en Peñasol.
Una caipirinha con caña de azúcar, directo al corazón.
Las calles de San José a las tres de la mañana.
Los espejos de aquel lugar, donde siempre me sentí insana.
La serpiente, su baño y su balcón.
El hotel donde recordé cómo hacer el amor.  
Aquel restaurante al aire libre, las verduras, la limonada.
El mariachi en Tetihuacan.
Mi cara de mezcal.
Ella con mi camisa puesta.
Los camanances en la parte baja de su espalda.
Lomas del Sol con aroma a ese sudor.
El Karaoke donde nos rompimos y nos reconstruimos el corazón, las dos veces sin razón.
La Calle de la Amargura, el sitio perfecto para romper en llanto.
Los besos frente a cualquier iglesia, mi mirada enfocada en sus caderas.
Mi pequeña Tijuana en media capital.
Mi miedo a la rutina, mi sonrisa retorcida.
La poesía antes de dormir.
La línea telefónica haciéndola temblar.
Mis ojos tristes, irremplazable manjar.
La música de fondo, los orgasmos resonando.
Ingrese en la parte interior de mi pantalón solamente si promete perder el juicio.
Repórtese en la entrada como uno de mis vicios.

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