martes, 15 de julio de 2014

Sweet October.

Las madrugadas a veces llegan a sentirse como un letal síndrome de abstinencia.

Ella, en el mismo sofá como lluvia de octubre, sin ninguna intención de retórica. Únicamente abastecida por un ron con coca y una pipa cargada de amnesia.

Nunca ha tenido talento con las frases largas ni con las entrevistas, no es poesía ni crónica, no es danza ni matanza. Pero es a la larga, una mirada cruda y pronunciada, como la arruga de su frente, como un romántico verso estridente.

A ella no le gusta la necesidad, ha huido como delincuente y ha regresado como huérfana, pero no sabe hacerlo diferente. Nadie le dijo que hablar del tema era contundente.

Yann Tiersen de fondo, Benedetti bajo escombros y ella llena de excesos incrustada en el insomnio.  Ella, tan decidida, tan libre, tan corrompida.  

Está cansada de dejar la vida en abrazos pero no vive sin ellos, no quiere acostumbrarse a volver la cara, sin embargo, muchas veces hubiera preferido no ver.

Ella vive de octubre, de lo que octubre hace con las letras, de la forma en que inunda los atardeceres, de lo que dice en una mañana lluviosa, de como le agrega edad y como la convierte.

Casi nada la sorprende, se ha despedido de sus “para siempre” y le ha dado un chance a lo que parece distraerle, pero al final del túnel, nada es muy diferente.

Vive esperando que llegue octubre, aferrada a octubre como Penélope. Para ver si acaso, de una vez por todas la fusila, la sentencia o la enamora, para ver si por si acaso aparece algo que la renueve. 


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