martes, 25 de noviembre de 2014

Mokusatsu


Aprendí a disfrazar lo eterno de efímero. Con todo y sombrero. Con un corbatín mal puesto. Con la sonrisa de medio lado. Con los zapatitos desgastados. Con una peculiar forma de evitar la palabra. Y siempre, con un gesto acostumbrado a las miradas.

De pronto, una noche cualquiera, me dediqué a hablar de dios en minúsculas y de vos en mayúsculas. Diminuta fracción de levadura, de vos misma.

Microscópica explosión a quemarropa. Con esas caderas articuladas. Con esas manos forradas en parafina luego de jugar con el fuego de las velas y con tu dictadura tan democrática, siempre altanera y moderna.

¿Podemos ignorar la escalinata?

¿Te has sentido capaz de estrujarme para que no me vaya?

 ¿Cuántas veces me has sentido al borde de morder la manzana?

El exceso de interrogantes daña cualquier gesto circense, cualquier “warning” puede atentar contra los pasos firmes y simpatizantes de la transparencia. A mí no me diseñaron para buscar la tregua en medio de una guerra, sin embargo, vivo en una de ellas, cualquiera.

Sos como esas figuritas que compré en Coyoacán, así de frágil sos. Y me fascinan esas comisuras tuyas tan inflamables. Ah, también la incoherente aberración que te surge por los excesos del diccionario y tus escasas ganas de persuadir un retazo. 

Ya no estoy muy segura de lo que tengo entre las manos, todo se me escabulle por los dedos, los mismos dedos que utilizo para palparte y evitarte. Los mismos que uso, mi vida, para atentar contra el desastre.

Los domingos siguen siendo igual de suicidas, acompañados por los lunes y su plusvalía, pero ya pronto es viernes y vivo de conservar la magia de los sábados, por bipolares, alcohólicos y sensuales, por vivos, por tenaces. Porque los sábados siempre van a tener el valor de refugiarse en domingos de resaca, de intensas jornadas sobre cualquier cama.

Casi nunca me quedo en la misma cama por más de cinco madrugadas. Hablando de camas, ojalá todo fuera vino, literatura y una mujer, en mi cama. Sin omisiones, sin Photoshop, con mi camisa puesta, sin bragas y el porro en la boca, con la intención a cuestas y con esos muslos jadeantes de cortesana francesa. Ojalá todo fuera en forma de nube y con sonido de orgasmo.

Ojalá los medios de comunicación recibieran soñadores, sin horarios, sin plazos estrictos para traducir estrellas, sin esa prisa por convertir en basura una esquela al más allá. Pero el “ojalá” no sirve de nada y gritar “revolución” dicen que es una idea muy descabellada. Por el momento, me mantengo, a mí nadie me planea la madrugada ni el renacimiento, que nadie me venga con recovecos, mejor me vengo.

Mejor te sigo declamado en mayúsculas, mejor me tropiezo con la luna. Mejor sigo disfrazando lo eterno de efímero, así de pronto, algún día, logre ajustarme adecuadamente a ese cuerpo morboso y a veces embustero, sin sentir que me recortan el solsticio. Sin sentir que me ahogo en otra cosa que no sean aromas paralelos.