domingo, 24 de mayo de 2015

Milky Way



"And tell me, did Venus blow your mind?
Was it everything you wanted to find?
And did you miss me while you were looking for yourself out there?"



Deténganse un momento.

Miren fijamente, como yo, a la mujer que va del lado de la ventana. Contengan la respiración, abrochen sus cinturones de seguridad y por favor, observen como ella abre un libro de Cortázar.

Ahora, olviden los treinta mil pies y noten como subraya con su lápiz de ojos los altibajos de la Maga y para mejorarlo, hace todo eso con las piernas cruzadas.

Yo, me sirvo el jugo, escuchando de lejos como me dice “amor, vos le pondrías un poco de agua”.

Aguardando por horas su llegada a mi encuentro, para que se acomode en mis brazos, me pida que la levante para que le suene la espalda y nos fundamos por un momento en la tranquilidad de los retornos sinceros.

No le miren las ojeras ni el gesto de pocas palabras, a ella no le gusta madrugar, a ella le atrae hibernar y reincorporarse descalza, despeinada y con una sonrisa de aurora boreal.

La conocí en Europa, en una Europa más lejana. Mientras Júpiter jugaba al escondite con Saturno. Era un día que pecaba por verse acongojado, yo me tomaba un trago y seguidamente la vi a ella, arremangada a la tarde y sus desahucios.

Tragos, limones, sal y la música a un volumen irracional. Cáncer hasta el cansancio, junios acumulados y millas mal gastadas. Yo, por mi parte, aprendiendo de ausencias y despilfarrando mi vida en borracheras nefastas que abrían puertas de intransigencia.

Aprendí a conocerle la mayoría de los gestos, cuando ríe, cuando llora, cuando es torpe, cuando habla, cuando está ebria y cuando finge estar enojada. Cuando entiende, cuando ignora y cuando no tiene ni la más mínima intención de ser escuchada. Y el más importante, cuando necesita desinteresadamente ser amada.

Fuimos una supernova de emociones y risas, de poesía y listas de reproducción, fuimos al instante complicidad y desastre. Fuimos veintiocho de noviembre en la historia del universo, justamente cuando nació la primera flor sobre la Tierra. Nos convertimos en propietarias de los cuarenta y tres trillones de estrellas que nos correspondían individualmente. Y nos alojamos en el lugar que nos dio la gana, adentro de una burbuja situada en Milky Way, a pocas miradas luz de Andrómeda.

Deténganse un momento.

Observen ahora, como cierra el libro y se dispone a su trámite de aduanas. Apurada. Pestañeando en exceso, aburrida del proceso. Con suspiros de agotamiento entre espalda y pecho. Mordiéndose los labios y acomodando los papeles, sin orden y a destiempo.

La espera acaba y llega a casa. Entra luz por todas las ventanas. La alegría se cuela por la botella de vodka descorchada, habla sin tapujos y se siente confiada en repetirme treinta veces por segundo “te extrañaba”, los pasillos nuevamente huelen a crème brûlée, la cena le sabe a gloria y nos embriagamos de historias.
 
No hace falta utopizar, aprendimos a crear y sublimar, aprendimos a derretirnos como cometas ingresando a la atmósfera, vivimos de adornar con astros nuestras derrotas.

Somos multiverso, somos la diatriba contra la gravedad, somos el murmullo ancestral que divaga en la paralela ambigüedad. Somos nuestro propio y revolucionado Big Bang.

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