Las palabras me fluyeron como partículas inútiles saliendo
de una gotera. Mi musa se arrastraba agonizante por cualquier frontera.
La mujer de caderas afiladas y amor de centinela se me
desvanecía inadvertida, en una noche de luna llena.
Mientras se suprimía, la magia me empujaba a convertirla en
astro, porque en estas épocas, para nada me sirve una doncella.
La hice eterna entre frases, ya no sabía dirigirme a ella
entre prosas y quimeras:
Te ves increíble en mi
abrazo. La supervivencia se manifiesta inalterable cuando mis manos recorren tu
espalda inefable y tus glúteos de retazo.
Tus gemidos son lamentos
de dios en plena guerra. Son la colonización indiscriminada de mis fluídos y
mis brechas.
El Hades se complacerá
de verte derretida en mi celebración estrecha.
Sos la vida y la vida
es mi más triste consecuencia.
Ojalá supieras que en
contra de mí misma, aquella noche de venganza no me respondieron las piernas.
Te sentís tan viva que
vas a fulminarme con una dosis letal de intransigencia.
Me resbalo en vos
mientras me trepan tus destellos de bohemia.
Seamos arte abstracto
al borde de la revolución, por ejemplo, tus senos asfixiantes aterrizando en mi
cuello, justo en ese instante, en el que tu nombre se proclama propietario de mis
explosiones, de mis ahogos más secretos.
Quiero desembocar en
tu empapada y expandida represa.
Si lo lográs despacio,
me quedo la noche entera, hasta que sudemos por completo la desgracia de
tenernos a millas de afonía y a centímetros de verbena.
Si rebotás
incandescente en mi pecho, te recibirán todas las paredes de la habitación
donde perdiste la vergüenza.
Te espero a las dieciocho
menos cinco en cualquier rincón, tus bragas serán el premio y no de
consolación. Humedezcamos la desolación.
Repetí mi nombre las
veces que sean necesarias, hasta que se convierta en suplica. Hasta que te
queden claras cada una de sus letras y las cinco te penetren innumerables veces
ablandando la amargura y endureciendo aceleradamente mi estructura de suicida y
de perpetua.
Y mi cara, donde
querás, para que al finalizar la faena te podás saborear en mi boca y así envenenarte,
agitadamente, de vos, de mí, de esta sabrosa ambigüedad. Una y otra, y una vez
más.
Goteras, exceso de goteras, hasta que te empecés a derramar, hasta que un reguero de poesía no nos
permita dar nunca más, marcha atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario