jueves, 3 de septiembre de 2015

Goteras.


Parte ll

No sé cómo explicarlo, sin embargo, estoy segura de que el nuevo escritor latinoamericano se sujeta los genitales mientras invoca a su musa. Quisiera a ratos, que follaramos a como un poeta contemporáneo lo describe, lento. De pronto no nos aburrimos, de pronto y hasta tengo talento.

Porque es cierto, los orgasmos muchas veces son como monólogos nazis, como eso de venirme a medias, encender un cigarrillo y decir que lo lamento, que necesito tiempo. Aunque en realidad preferiría decir la verdad, atarme los zapatos y susurrar en voz baja que no estás, que alguna partícula de mí, está sufriendo. Y no tengo argumento alguno ante eso.

Porque es mentira, eso de los tornillos, los clavos, los litros gastados y los porros fumados, son solamente la simple excusa de alguien de mediana edad, que se la vive/muere satisfaciendo su resto de inocencia y su sabrosa experiencia, remojada en una supuesta maldad. La gente nunca tiene clemencia, la gente habla por hablar.

Los poetas de mi época hablan mucho de París, de sus gin tonic, de la musa que falla pero también folla y de la pobre novia de fulanita, la que me lleve a la cama con la certeza absoluta de que ni a ella ni a mí nos amaba. Si la vida no me da emociones, me da manjares y yo he aprendido a sacrificarme. Yo no quiero saber de la novia, tampoco me interesa agradarle.

No sé cómo explicarlo, pero yo no entiendo cómo es que la gente pasa de la cama a un cuadrilátero, ni tampoco concibo cómo es que unos ojos que me compararon con el infinito, hayan caído en la vana necesidad de despreciar lo que no se logra odiar. Yo no entiendo nada, entonces, sin mayor apego a mis pulmones, me detengo en cualquier rincón a fumar.

Hagamos una pausa, busquemos un callejón, démonos un beso sumergido en vino tinto y hagamos el amor a la intemperie. Si te falta lo contemporáneo mi amor, te ofrezco sexo cibernético a las catorce con veintidós y hasta te envío un attachment para que me des calificación.

Yo nunca sé cómo hablar, amanecí demasiado cansada y para empeorarlo todo, miro a la izquierda y no estás, las cortinas están intactas y yo sigo borracha, mi ropa es de pronto, la alfombra del lugar. Pero es cierto, tengo que ser contemporánea, tengo que contarles a todos que el amor es una infamia y que me desperté menos cobarde y más optimista. Tengo que ser muy del siglo veintiuno y mencionar a mi psicóloga, pero no lo soy y le reclamo al infierno el hecho de que a media noche nunca me aparezca Freud.

Tengo una sangría abierta y un porro del tamaño de mis sueños, no tengo interés en escribir algo diferente a eso, de lo poco que tengo al menos sé que me tengo por completo, sé también que me resguardo en los obeliscos de los bares de San Pedro. Y a mí no me da vergüenza, porque si no tuviera este corazón, tampoco tendría letras.

Yo soy esto, goteras. Y cuando estás cerca soy un manantial de deseo y resiliencia. Mis personalidades me lloran, no me lo pueden perdonar. No tengo ganas de volar.

Los contemporáneos me la sudan, yo tengo una verdad considerablemente cruda. Y es una dicha tener aunque sea una verdad, porque la vida en blanco y negro siempre me ha contraído aceleradamente y sin cesar.

No hay comentarios: