Parte ll
No sé cómo explicarlo, sin embargo, estoy segura de que el nuevo escritor latinoamericano se sujeta los genitales mientras invoca a su musa. Quisiera a ratos, que follaramos a como un poeta contemporáneo lo describe, lento. De pronto no nos aburrimos, de pronto y hasta tengo talento.
Porque es cierto, los orgasmos
muchas veces son como monólogos nazis, como eso de venirme a medias, encender
un cigarrillo y decir que lo lamento, que necesito tiempo. Aunque en realidad
preferiría decir la verdad, atarme los zapatos y susurrar en voz baja que no
estás, que alguna partícula de mí, está sufriendo. Y no tengo argumento alguno
ante eso.
Porque es mentira, eso de los
tornillos, los clavos, los litros gastados y los porros fumados, son solamente
la simple excusa de alguien de mediana edad, que se la vive/muere satisfaciendo
su resto de inocencia y su sabrosa experiencia, remojada en una supuesta
maldad. La gente nunca tiene clemencia, la gente habla por hablar.
Los poetas de mi época hablan
mucho de París, de sus gin tonic, de la musa que falla pero también folla y de
la pobre novia de fulanita, la que me lleve a la cama con la certeza absoluta
de que ni a ella ni a mí nos amaba. Si la vida no me da emociones, me da
manjares y yo he aprendido a sacrificarme. Yo no quiero saber de la novia,
tampoco me interesa agradarle.
No sé cómo explicarlo, pero yo no
entiendo cómo es que la gente pasa de la cama a un cuadrilátero, ni tampoco concibo
cómo es que unos ojos que me compararon con el infinito, hayan caído en la vana
necesidad de despreciar lo que no se logra odiar. Yo no entiendo nada,
entonces, sin mayor apego a mis pulmones, me detengo en cualquier rincón a
fumar.
Hagamos una pausa, busquemos un
callejón, démonos un beso sumergido en vino tinto y hagamos el amor a la
intemperie. Si te falta lo contemporáneo mi amor, te ofrezco sexo cibernético a
las catorce con veintidós y hasta te envío un attachment para que me des
calificación.
Yo nunca sé cómo hablar, amanecí
demasiado cansada y para empeorarlo todo, miro a la izquierda y no estás, las
cortinas están intactas y yo sigo borracha, mi ropa es de pronto, la alfombra
del lugar. Pero es cierto, tengo que ser contemporánea, tengo que contarles a
todos que el amor es una infamia y que me desperté menos cobarde y más
optimista. Tengo que ser muy del siglo veintiuno y mencionar a mi psicóloga,
pero no lo soy y le reclamo al infierno el hecho de que a media noche nunca me
aparezca Freud.
Tengo una sangría abierta y un
porro del tamaño de mis sueños, no tengo interés en escribir algo diferente a
eso, de lo poco que tengo al menos sé que me tengo por completo, sé también que
me resguardo en los obeliscos de los bares de San Pedro. Y a mí no me da vergüenza,
porque si no tuviera este corazón, tampoco tendría letras.
Yo soy esto, goteras. Y cuando
estás cerca soy un manantial de deseo y resiliencia. Mis personalidades me
lloran, no me lo pueden perdonar. No tengo ganas de volar.
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