sábado, 6 de enero de 2018

Circunstancial



Sus musas nunca dejaron de ser sus diosas, les colocaba un nombre distinto, las inmortalizaba, noche a noche las arrinconaba contra una pared, y les daba lo que merecían, porque lo que merecían no era solamente placer.

Procesaba a diario la buena ortografía como entremés, sabía la cantidad de tragos exacta, arrollaba un porro y prendía en fuego la noche, la convertía en un poemario de Whitman y en una canción como Derroche. Se sabía el juego de memoria, le gustaba perder, nada que sus brindis no pudieran resolver.

Cuando las letras estaban por agotarse se sentía asaltada, miraba de reojo a cualquiera y por media mañana, sus ataques de pánico la acorralaban, no sabía si quedarse, no sabía si irse, muchas veces solamente sabía venirse, cegada por el arte, ahorcada por el desastre.

Recomenzó una cantidad de veces descomunal y recordaba a su profesora de historia, cuando la comparaba con un fénix, pero la realidad de cada comienzo, siempre venía acompañada de una nostalgia incalculable, de la módica suma de trillones de desencuentros emocionales.

Su nobleza y su extraña maldad, muchas veces fue sexo, muchas veces, sin querer queriendo fue verdad, pero otras tantas fue mártir de su aparentar, de sus silencios decisivos y su costumbre de escapar, pero escribía, se lograba desdoblar, cóncavo, convexo, circunstancial.

Lo que le queda, lo tiene en esas manos, que si algo saben hacer es redactar y acariciar. Lo que la mantiene es ese caos, esos deseos incansables de migrar, y la torpeza que se niega a abandonar.

Y si te la encontrás por la noche, no la dejés adentrarse, te va a ofrecer un trago y se lo vas a aceptar, vas a querer ser papel y te vas a arrepentir diez minutos después. No la dejés ingresar, porque aunque se vaya a marchar. Vas a querer que te lea, una y otra vez, y otra vez hasta acabar.

Podés ignorarla, podés fingir que no existe o no está, también podés optar por sentirte viva una vez más.

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