Ella quiso un romance con mi yo superior y cuando se encontró un organismo en construcción, dio dos pasos al frente, palpó y sintió, hasta que me desvaneció.
Seguidamente, me mostró un lado
de la llanura que tiene por espalda, uno que nunca logré acariciar, refutó y se
marchó.
Y está bien, yo quedé muda, sin
embargo, ella quedó ciega. La peor parte, fue la visión múltiple que me
ofreció, ahora puedo ver atrocidades y aunque me cubra los ojos, en tremendo
genocidio estoy yo.
Callar mis letras a partir de
este instante, callarme yo. Callar a la bestia y guardarla debajo del colchón.
El problema de que hoy sea un
nuevo día es, que los días siguen pasando y ya el silencio me abarrotó. Ya lo
que piense, sienta o considere como real, se ultrajó. No a puntos medios, a
puntos donde se sonsacó la magia inmortal hasta convertirla en error.
Prefiero asentir con la cabeza y
decir que el universo tiene razón, aunque a veces la razón esté de este lado
del cuadrilátero, donde no hay golpes, donde no hay ningún camino ajustable a una
circunvalación, donde no se busca remuneración.
Censurada hasta el cansancio,
atragantada en mi propio caos, sintiéndome culpable de dejar fluir el arte, de
haber cambiado un taller de literatura por las mil imágenes independientes
creadas, que ahora se declaman como desastre, como resultado de una mala vida o
una mala jornada.
No estoy de acuerdo con las definiciones
mortales, no nací para esto, no calzo.
Yo prefiero un escenario de cine franco/español,
donde se tira la chinga en el lavabo para acariciar la salvación. Donde el sabor a cigarro en los labios es un
manjar. Donde se puede ver más allá del horizonte sin tener que abordar un
avión. Donde el amanecer y el sudor son superiores a una larga explicación.
Mi mayor pecado ha sido el tiempo
a destiempo, no he logrado coordinar mi reloj de arena con tantos sueños. Soy
una fiesta, pero, celebrar no es tan interesante como hacer una tregua con los
pasados suicidas, con la escasez de instantes de dicha.
Mi mayor pecado fue el silencio,
quedarme muda es el peor de mis padecimientos. Pero las palabras no son necesarias
cuando se llena una casa de libros, cuando se es fiel hasta el desconocimiento.
Las palabras no son necesarias,
aunque en realidad mis diatribas se centren en mi incapacidad de ofrecer primaveras,
porque a la larga todo termina en un terrible cierre, en una ida directa al infierno
antes de que cualquier cosa queme.
La mínima inocencia se esfumó y
sin pena ni gloria, el destino se burló.