"Y yo que declaré la guerra a quien nos separaba."
La noche es demasiado larga. Cuatro whiskys no son suficientes para desfallecer ante el cansancio y el vago recuerdo de cada fragancia. Hasta des/fallecer resulta ser todo un teorema. No me puedo sostener el alma y aunque me parezca terrible, nadie me espera.
Me recuerdo, me miro en el espejo
y aunque no me reconozca, sé que soy yo, entre ojeras y baldosas flojas. Entre
memorias, destiempo y desprecio. Entre carcajadas y cuerpos. Entre la ausencia
que rebota inerte entre mis secuelas, mis padecimientos.
Recuerdo mis manos, juveniles,
recorriendo la vida en caricias. Recuerdo mis manos, manos que ahora son la áspera
avaricia y la maldición de todos mis amores a pasión, a desdicha.
Me recuerdo, pero no recuerdo
exactamente cómo acercarme, estoy asustada todo el tiempo. Esta ciudad es
terrible, mi amor, dentro de estas cuatro paredes soy un desastre.
Me recuerdo, la sonrisa matutina,
los sueños, lo incontrolable.
Seguidamente, me sostengo la
garganta para no ahogarme.
He leído demasiados libros,
Sabines me enseñó que las personas salen a buscarse, pero Pessoa me aseguró que
difícilmente llegan a encontrarse.
Las leyes gravitacionales me han
jugado una pésima pasada, yo quería volar, pero resulta que el nueve coma ocho
que no me dejaba elevarme, ahora no me permite levantarme.
Soy una parodia barata de un
módico desgaste tectónico, soy la melancolía por todo el cuerpo y el ridículo
acto circense al borde del desplomo.
Me recuerdo, me doy el derecho de
llorarme y cuando se desmaraña un poco el ovillo, me lavo la cara y salgo a
reclamarme entre multitudes, deseándome recuperable.
Lo que escribo no se cuestiona,
asumirme me convierte irreconciliable.
Esto es un infierno, a quemarropa
y contra el arte. Lo que yo siento ni siquiera es descifrable.
Perdí y mi tristeza no es
manipulable.
Me despido, cariño, muita
saudade.