martes, 24 de septiembre de 2019

24 de septiembre, 2019


Encontré a Tamara en la mañana, con una de sus manos encubriendo su llanto y con la otra sujetándose el pecho.

Ella siempre ha sido así, de pronto me despierto, escojo mi mejor camisa y me preparo para un día de juntas y por más que lo intento, nada de lo que hago la satisface. Para ella, toda la semana es domingo por la tarde.

Y es que de verdad no la entiendo, nos ascendieron, tenemos buen whisky y anoche el sexo fue espléndido. Sé que no le gusta madrugar, también sé que le encantaría estar con una persona distinta, pero no puedo complacerla con eso de leer todo el tiempo y amar desaciertos. Ya la pasamos bastante mal, no soportaríamos otro pasaje al infierno. Una relación un poco más transaccional, nos permite concentrarnos.

Una de nosotras, que no soy yo, ni ella, lo convirtió todo en faena. Nos llevó de bar en bar, nos hizo sucumbir ante vicios, y es divertida, es muy sociable. Sabe expresarse y moverse, como casi nadie. Pero no entiende de poemas, se la vive de cama en cama, tiene ese algo en las manos, provoca ese otro algo con sus labios, tiene garganta de diosa y despierta sin entender su intransigencia, con las bragas en la mano y al borde de la tormenta.

Tamara normalmente no reacciona bien cuando esas cosas pasan, se toma cien miligramos de Tramadol y se desprende por horas, se desdobla, se detiene, mientras yo recojo el desastre. Y no es que me moleste, pero estoy demasiado ocupada como para que ninguna de las dos ponga de su parte. Se está acabando el licor y me duele la pierna, necesito sedarnos de alguna manera.

Estoy buscándole boletos de avión para que vaya a Buenos Aires, yo ya le dije que eso no la va a resucitar, pero tampoco soy nadie para aplastarle la esperanza. A veces siento que Tamara, en cualquier momento, podría enviarnos a la mierda. Y con toda la razón.

Verla así en la mañana, provocó que me fuera a la oficina pensando en esos ojitos tristes ¡Pobre Tamara! Ya ni siquiera el buen vino la ablanda. La invitaré a una milonga, probablemente eso la distraiga. A veces le hago promesas y el trabajo me atrapa, ya luego, llego muy cansada e ignoro que quiere arte y se va con un sinsabor a la cama ¡Pobre Tamara!