sábado, 10 de diciembre de 2016

Goteras


Parte IV


Abra una caja de vino barato, asuma su derrota, desee descontroladamente su lengua en la mandíbula de esa mujer. 

Tome un trago y busque comodidad. La reconstrucción está a punto de empezar.

Enrole un porro, ponga una canción triste y escúchela por los próximos seis meses, hasta que no le provoque llanto. Evite leer un Best Seller, evite BBC, deje la escalinata de lado. 

Caiga en coma, sea un recoveco.

Conozca mujeres, levánteles la falda, beba, finja que logra existir. Al final de la noche puede llegar a su cama a ser infame y febril. Infeliz.

No le cuente a nadie, llore en silencio, delire, usted tiene derecho a soñar  que repentinamente, va a llegar. Sea parte del suelo, déjese morir.

Dúchese repetidas veces, con manzanilla, con whisky, con sal, piense que de pronto, en algún momento, el olor de esa bendita carne, cesará. Aunque usted desee lo contrario.

Caliente dos litros de vino, con naranja y canela, tome hasta perder noción de cielo, tiempo y tierra. Camine por ciudades desconocidas. Ría con y de los demás. 

Evite las ayudas clandestinas. Pague cenas caras, compre shots para toda la cantina.

Revuelva su dignidad con insalubridad.

Llore luego de un orgasmo, lea, ódiese, subraye. Háblele bonito a cualquiera, reparta besos con sabor a incierto, a mentol.

Compare su historia con la de los demás, brinde consejos, lloré una vez más.

Ella se fue, ella, aparentemente, no volverá. 


miércoles, 30 de noviembre de 2016

Goteras


Parte III

Nunca voy a ser la que cante “es un buen tipo mi viejo…”

Con las palabras se me fue el pigmento, perdí a mi primer amigo aproximadamente a los ocho años, y al menos dos veces al año, se me pasan por la cabeza, todos esos episodios borrosos, esa infancia con dolores auditivos y comparaciones sin certeza.

Mi primer amigo, me enseñó a cruzar el pasamanos y a encestar, sin importar que tan altos estuvieran los aros de mi realidad. Me enseñó la cantidad de perfume perfecto que debo usar y en alguna recaída, a remojar el habano en coñac.

También me enseñó que la vida de juego no es juego y que hasta el amor más sincero puede ser carnicero.

Dicen que caminamos igual, pero, somos caminos diferentes. Y yo le deseo la suerte, la que casi nunca merece.

Nunca le había pensando con resignación, pero acabo de llegar a una edad en la que es demasiado difícil soñar.

Olvidé mi apellido y perfeccioné su andar, me tomo mis tragos sin traicionar y camino sin culpas por cualquier ciudad.

Soy un instante, un desprendimiento emocional constante, pero sé mantener las copas servidas y he ido conociendo el secreto para recuperarme.

Las horas pasaron, los años transcurrieron. Y con todo respeto, no, no es un buen tipo mi viejo.  

martes, 2 de agosto de 2016

Borrador 1


"Y en las multitudes, la mujer que yo amo."


Yo quisiera hablarte de todos los versos que he contado, de mis mentores, de mis clases de literatura a las que nunca he ido. 

Quisiera levantarme en las mañanas, caminando por casa, diciéndote que el sistema no nos interesa, porque tenemos mis letras, los libros y tus bragas.

Yo quisiera decirte que quiero medirlo todo en métrica, pero, sería mentirte, yo escupo letras que no calzan en concursos de poesía. También quisiera hablarte de mis amigos, pero más de la mitad ahora son traidores.

Quisiera detenerme en casa de tu madre y decirle que estamos bien, que vivimos soñando, que no tengo ojos para nadie más, que la vida marcha porque vivimos de marcha, que nos amamos porque el arte y el vino nunca faltan.

Yo quisiera decir tu nombre en voz alta como si fuera la cura para el cáncer, caminar detrás tuyo, no para que pensés que sigo tus pasos, porque lo que sigo, son tus caderas.

Quisiera apasionarme lo suficiente para tener valor, pero no puedo apagar la lamparita, estoy asustada, esta sociedad es un panteón. 

Quisiera decirte que todo estará bien, pero el calendario y el reloj me dicen lo contrario. Y yo a vos no te puedo mentir. Yo a vos te amo. 

domingo, 24 de julio de 2016

A una de las musas de Woody Allen.




Sentí el luto en la espalda antes de entrar a la sala de cine, y es que cuando vos pensás en Woody pensás en cosas raras intelectualmente, tan retorcidas como vos y yo. Cuando entrás a ver a Tarantino, la sangre empieza a correr desde que comprás las entradas. Y claramente, si entrás a ver a Pedro, las brisas del desconsuelo fluyen inadvertidas.

Yo soy Julieta cuando cruza la calle, escasamente deseo que alguien me espere del otro lado, porque guapa, el precio de lo que se vive con otra persona, es demasiado alto, ya no me quedan hormonas ni neuronas para otro desastre. Es por eso que te digo, no puedo escribir.

Necesito nuevamente desbordarme, construirme, morderme, emborracharme. Yo necesito derrapar una vez al mes. Luego de eso, exploto en carne, relajo e insensatez y viene el arte. Si es que se le puede llamar arte a mi involución terrestre.

A veces siento que nos conocimos en una de esas salitas de cine clandestinas, ya sabrás vos los sitios en donde hay que meterse para ver cine de verdad, con habanos a merced y una de esas Guinness que ahora son tan vos cuando voy a cualquier bar.

Yo soy de callejones oscuros después de diez cervezas, yo soy de vestidos levantados, la de sabor a alquitrán, la de ojos rojos y voz de camaleón. La que en todos sus formatos sabe claramente que prefiere un whisky a una iglesia, la que no tiene respeto ni certeza.

Dios te quitó la tolerancia para darte esos ojos. Dios te quitó la accesibilidad para darte esos labios. Sos tan dichosa. Yo no sé quién es dios, Dios, qué sé yo. Dejé de hablar en mayúsculas la última vez que me rompieron el corazón.

Volvamos a Julieta. A veces creo estar muerta. Muchas veces, huyo inconsecuente. Pero de pronto venís vos a decirme “enfant terrible”, con tus misterios de antaño y tu talento fotográfico que desconozco, a patearme las entrañas para que escriba. Yo dejo el trago y me siento a escribirte una carta con un buen cover de fondo. Es entonces, cuando mi muerte tiene sentido.

Y tenés razón, no puedo ser tan vaga, tengo que escribir al menos una frase diaria. Tengo que arrancarle letras a lo que sea, ya luego vendrán los tiempos de verbena, ya luego vendrán las noches de seda que me envíen directo a la mierda.

Y espero impaciente por tenerte en una mesita al aire libre, tomando tanto John hasta terminar llamándole Jack, o viceversa.

Ha sido un placer encontrarte en tiempos de austeridad artística, necesitamos recuperar los escritos en los cuales se pueda reír o llorar en paz, por el momento, recuperamos a Pedro.

Gracias por los siniestros. Hasta luego. 

domingo, 27 de marzo de 2016

Dolores




Viernes 24 de marzo, 2016.
2:36am.

“Escribí Tamara, escribí”

Dolores:

Te imagino sexualizando la quinta copa de vino, añorando no romper en llanto.

Yo soy tu carne de cordero, vos sos el almíbar cotidiano.

Nunca supe medir la cantidad de mi amor, por eso mis silencios te daban la mano, mas nunca la razón a tu engaño.

Dolores, las calles son muy anchas y ni siquiera tuve la oportunidad de declamarte mi ardor, candor, furor. Qué sé yo.

Nunca me sentí tan amada como ese jueves, nunca me sentí tan deseada como ese viernes. Y la luna llena, sin embargo, el sábado a las diecinueve menos doce nos hacía despedirnos de nuestro perpetuo espasmo, nuestro rinconcito en Bariloche. Nuestro reproche.

Nos amamos tanto que es mejor ponerle un broche.

Yo te dije que no, que no era suficiente con ser capaz de morir por mí.

Yo te dije que sí, que yo estaba aquí.

Te imagino fácilmente subrayando un libro con la mirada fija en absolutamente nada. Pero que nadie se dé cuenta, Dolores, es inadmisible que sepan que mi ausencia hace que te duela el cosmos de tu esencia.

Dolores, ¿quién soy sin vos cuando acaba la jornada?

Me resbalé en tu cuerpo, yo no sabía que ya yo me resbalaba por tu alma.

De esto se trata sin tu frenesí, de medio escribirle a la vida y cotizar caderas sin sentir.

Ya casi es abril, tengo una lista de libros y canciones, anoche me receté un trago al que llamo con tu nombre. Solamente para no perder la costumbre de nombrar todos mis besos y mi ambigüedad.

No me esperés en la estación, no me busqués en otra capital, no lo hagás, me dejaste sin ganas de brindar.

Dejá de juzgarme, yo hago lo que puedo, aunque sea con desgano. No te quiero de regreso, pero mis letras, regresáme, aunque estén estropeados, todos mis versos.

Ya no tengo miedo, Dolores. No necesito que vengás a encender la luz. Y cuando creo que estoy muerta, me despiertan los vestidos que levanto.

A tu salud y con destajo.

¿Quién iba a decirlo, Dolores, que no eras la manzana, eras la serpiente?

¿Quién iba a decirlo, Dolores, que yo iba a ser la daga que traspasara tus entrañas y tus vertientes?


Con todo mi amor, hasta siempre.



Tamara.

viernes, 15 de enero de 2016

Criptomnesia


Era sábado, la muerte tiene dos partes.

No gané de noche, no gané de día. Pero fue mía por las mañanas y a media tarde.

Y en las madrugadas, yo fui de ella, admito que le permitía con recelo, resguardarme.

Fue mía la desgracia adjudicada como atragante.

Vaciladora utopía realizable.

No, no me apetece, pero fue un encuentro de deidades.

Me corto las manos en el after de escribirle al desastre.

Me corto los cortometrajes que se pasean turbulentos y aspirantes.

Me desmembró  en mi cama y le tengo miedo.

Me encendió la luz y me la apagó justo cuando empezaba a entender el trayecto.

La altanería es una barbaridad, las calles de diferencia son continentes distantes.

Un Mar Muerto y el apellido de mi madre.

Fue un sábado.

Ojalá esa noche nos hubiera matado la misma sustancia.

Ojalá nos hubiera embestido cualquier transporte en alguna de esas mañanas.

Ojalá en conjunto, nunca por aparte.

Desde que no entiendo nada, de vivir no doy alarde.

No sé a qué cementerio llevarle flores, pero si supiera, le llevaría poemas, y se los leería cuando le asuste estar bajo tierra.

Tomaría una siesta al lado de su epitafio y le haría berrinches por dejarme ir sola a casa, por no abrazarme cuando le tengo miedo al presagio.

Le tendría una pileta de libros y una cerveza europea.

Pero no sé a qué cementerio llevarle una lemniscata.

Y mi alma, mi alma tomó cualquier escalinata.

Tengo un Camel en la boca, una cerveza gringa asquerosa y libros sin empezar.

Las pantuflas puestas, Monochrome revolviéndome tanta violencia y su nombre zigzagueando a destiempo y sin vergüenza.

Tengo unas ganas desmesuradas de gritarle a la vida y tres botellas, esperando ser bebidas.

Criptomnesia, puta criptomnesia. 


*Criptomnesia: Memoria oculta.