"Agarra una buena
máquina de escribir
y mientras los pasos van y vienen más allá de tu ventana
dale duro a esa cosa,
dale duro."
y mientras los pasos van y vienen más allá de tu ventana
dale duro a esa cosa,
dale duro."
Charles Bukowski
Justamente cuando acabó la
función, sin protocolo y sin dominio, descubrí que mi alma estaba hecha un
orificio, caminé dos pasos y quise regresarme diez, a iniciar de nuevo la
puesta en escena.
Regresarme con la humildad que
implica evolucionar. Regresarme y darle una trompada al cigarrillo de las ocho
y quince de la mañana, al excesivo parafrasear.
No quería quedarme sin los
aplausos y el artificio de un segundo de gloria, para acallar al lúcido
sacrificio, al triunfo de la pena. Pero que coma mierda la victoria. Conseguirla
me ha dejado en coma.
Lo dejé así, me fui, tiré todas
las puertas y me retiré a olvidarme de mí.
Hacía frío en el andén.
Pronto es octubre y este clima de
diciembre a nadie le hace bien.
Los celajes con su ateo candor,
la guirnaldas y ese exceso de color, el prematuro villancico de fondo, aunque
yo siempre prefiera un bandoneón.
Las manos a menos tres grados, la
travesía absurda de una masa gris acelerada y un corazón tan antiguo como los
poemas en servilletas, tan in/significante como cada martes de faldas y
desaires.
Mesa para uno, vino para diez.
Aquel libro que nunca acabaré. Y esa cancioncilla en francés.
No deberías probarme, estoy
amarga. Ustedeo cómodamente y en voz alta.
Rechacé la cómoda y adolescente
afición de reír a carcajadas para que parezca que todo macha gustosamente bien.
La vi a los ojos y al hablarme de mis goteras, supo que yo llevaba las goteras
en los ojos.
¡Vaya despojo!
Sin embargo, me pidió que le
escribiera, y aquí me tiene, ella, relatándole mi última caída, mientras me
siente verdaderamente incolora. Mientras se queda sabiendo que aquí hay pérdida
total, que no hay reparación que me logre armar.
Se queda, porque sabe que a la
brevedad, con mis demonios en la espalda, vamos a brindar. Le repito que a la
magia a veces un precipicio le cae bien, que se ve guapa, que me disculpe por
no saber ser.
Que mañana será un nuevo día y
que yo como siempre, no sabré qué hacer.
Tres besos en la frente, mi
sentido del olfato y todo mi pícaro desdén.
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