sábado, 5 de enero de 2013

Un blues acostumbrado




Nada tiene forma definida. La noche transcurre, me escurre. Pierdo noción del tiempo a tiempo.

Me mantengo ecuánime y asustada. A veces alerta, a veces indiscreta, a veces despreocupada y a veces, a veces simplemente me revuelca la noche mientras espero que me retuerza la mañana.

Necesito un baño de ginebra, una bestialidad de esas que me hacen distorsionar la perspectiva, ojalá mi última misantropía.

Desearía comprender la fragilidad de la afinidad, desearía raptar cada tacto, pero es tarde, todos los errores ya han sido cometidos sobre una cama de desencanto, sobre esta realidad absurda y este sentimiento tan bizarro.

Necesito un rescate que no sea a medio acabar.

Me siento como una figura literaria, como una oración con verbos en infinitivo, me siento como todo eso que sientes por mí, como todo eso que ni siquiera deberías percibir.

He agudizado todos mis sentidos, se me han helado las costillas y mis emociones se han repartido en cada uno de mis naufragios, es demasiado tarde para que vengas con tus presagios.

Es demasiado tarde y yo no tengo ni la más mínima gana de hacerme la buena entre tanto sacrilegio. Tú puedes fingir, tienes todo el derecho de sustituir emociones por presencia, a fin de cuentas ni siquiera soy la mujer perfecta, solamente la mujer que te llena de sueños e insurgencia.

No está mal si te sientes tan miserable como yo, existen fármacos genéricos, tan genéricos como mis fines de semana, tan genéricos como cuando planeas la mejor de tus miradas para pasar desapercibida, mientras te arrastran mis pupilas lejanas.

Es hora de vestirse. Es hora de marcharse. Es hora de diluirme infame. Tenemos derecho de amanecer en la cama equivocada.

Es hora de brindar. Es hora de reír a carcajadas. Es hora de gestionarse. Tenemos derecho a sentirnos a bocanadas, a ser la brevedad eterna, a ser el reloj con arena húmeda entre trincheras. 

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