Las madrugadas a veces llegan a
sentirse como un letal síndrome de abstinencia.
Ella, en el mismo sofá como lluvia
de octubre, sin ninguna intención de retórica. Únicamente abastecida por un ron
con coca y una pipa cargada de amnesia.
Nunca ha tenido talento con las
frases largas ni con las entrevistas, no es poesía ni crónica, no es danza ni
matanza. Pero es a la larga, una mirada cruda y pronunciada, como la arruga de
su frente, como un romántico verso estridente.
A ella no le gusta la necesidad,
ha huido como delincuente y ha regresado como huérfana, pero no sabe hacerlo
diferente. Nadie le dijo que hablar del tema era contundente.
Yann Tiersen de fondo, Benedetti
bajo escombros y ella llena de excesos incrustada en el insomnio. Ella, tan decidida, tan libre, tan corrompida.
Está cansada de dejar la vida en
abrazos pero no vive sin ellos, no quiere acostumbrarse a volver la cara, sin
embargo, muchas veces hubiera preferido no ver.
Ella vive de octubre, de lo que
octubre hace con las letras, de la forma en que inunda los atardeceres, de lo
que dice en una mañana lluviosa, de como le agrega edad y como la convierte.
Casi nada la sorprende, se ha despedido de sus “para siempre” y le ha dado un chance a lo que parece distraerle, pero al final del túnel, nada es muy diferente.
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