Te sentaste justamente al borde de la vitrina, con tu mirada
fija y el cuello perfumado de osadía.
Hablemos sobre esos instantes en los que la locura se aloja
en tu cintura y los lapsos se convierten en una tentación inoportuna.
Hablemos de recuerdos, esos tan fugaces e incompletos, esos
tan banales e insensatos, esos que te recuerdan que el deseo puede surgir entre
trincheras y manipulación. Entre tu obsesión por huir de esos sentimientos inducidos,
entre culpabilidad y desolación.
Hablemos de ese constante riesgo que corres frecuentándome,
de ese deseo obsoleto y discreto, de ese “no poder” que justifica la cobardía
del quehacer.
Hablemos de tu espalda, esa guarida ocasional que me provoca
sujetarte indefinidamente, mientras la prisa intenta derribar tanta vanidad,
mientras el calor inmortaliza a la suavidad.
Hablemos de tu cuello, impaciente pero modesto, encadenado a
mis emociones, mis canciones, mis pretextos y de cuan cobarde me siento cuando
te aproximas en silencio.
Hablemos de tu entrepierna, pensando, te juro que te estaba
pensando y no ahondemos, de igual forma siempre termina abarrotándome el
agotamiento interoceánico. Siempre termino cayendo en un abismo de
provocaciones, de encantos, tus inagotables encantos.
Hablemos de tus caderas, esas que no me permiten pensar y me
agobian al partir, esas que me entrampan la lista de faenas sin cumplir. Tus
caderas que sigo sigilosamente hasta que el letargo se apodere de mí, hasta que
mis manos se exasperen al no sentir el leve impacto de tu frenesí.
Hablemos de tus caderas nuevamente, cargadas de un candor
insolente, humedeciendo rincones pertinentes, intoxicando de emoción a los
desconocidos, estremeciendo cada uno de mis suspiros.
Hablemos de tus caderas, de tu sensualidad y que se acaben
los cuestionamientos, a mi me basta un poco de ti para embriagarme y olvidar
que las consecuencias vienen, que los placeres se mantienen y que la dicha
tarde o temprano se va.
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