Porque sus ojos al mirarme siempre van más allá de mis pupilas, como un encuentro místico entre la contrariedad y la indeseable rutina.
Porque mis labios censurados besan cada leve
acercamiento de su aroma.
Porque mis brazos acorralados sostienen siempre un
trago en vez de su cintura multifuncional.
Porque la magia fluye insana, la vida no basta y las
frases me atrapan angosta ante la intimidante jornada.
Porque la brindo, la fumo, la elevo. Porque cada sorbo
a su nombre invoca un nuevo ritual, una locura abstracta entre realidad y
fantasía a medio terminar.
Porque no logro alcanzarla y sin embargo, no lo dejo
de intentar.
Porque la muerte es avara y yo me la juego de infame
ante su presencia tan letal.
Porque hay emociones que van siempre más allá de la
tempestad.
Porque sonrío de más, porque lato muy fuerte, porque
no sé hacia donde caminar.
Porque al verla dormida sobre mi piel, he comprendido
que la inercia a veces cae bien.
Porque lo considero una acción forzada, buscar
desintoxicarse de mí sin desear hacerlo.
Porque la mañana es incolora.
Porque la tarde se desliza acostumbrada.
Porque la noche y la madrugada son una lluvia de
sospechas agraviadas.
Porque la magia es demasiada pero nunca un exceso.
Porque ella va más allá de cada una de las células que
presumen andar al compás de los demás.
Porque ella no me cabe en palabras.
Porque ella es más que prosa, más que poesía, más que
eternidad.
Porque ella es la sublimación de mi realidad.
Porque ella es la utopía realizable, la mengana
distante.
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