Es como hablar conmigo misma, con la misma retórica
y la misma dosis de veneno entre la
espalda, el pecho y el desvelo.
Es como quererme, con mis mismos arrebatos de
desprendimiento y de candor, con esa insatisfacción que seguidamente se
convierte en la clara purificación de la contradicción.
Es como abrazarme, rechazando el calor, añorando
aunque me muestre infame ante la dosis de furor.
Es como caminar con mis pies, buscando siempre
el campo minado, siendo incrédula ante la buena intención, arrebatándole el
arrebato a la tan necesaria conciliación.
Es mirarme entre baldosas flojas, convenciéndome
de todo lo contrario a la estabilidad, porque el mundo así me ajustó, a ver
desgracias y a tragar sin aceptar.
Es despertar conmigo misma, con la ternura
recurrente, los cuestionamientos precipitados y los espasmos de épocas de un yo
intransigente.
Es como discutir conmigo misma, con la guardia
siempre firme, cual atalaya, cual nodriza, resguardando el no sé qué de mi no
sé donde, por mi no sé cuál para mi no sé por qué.
Es como abrirle una brecha al destino, una
trinchera compartida en la cuál el campo de batalla no es la salvación ni la
solución, en la cuál nada es más relevante que dar el golpe más bajo y
desolador.
Es también como leerme a mí misma, con atención
y una inocencia casi inexplicable, como si todo se detuviera en un momento,
como si el reloj no fuera más que eso, un medidor inútil de tiempo inalterable.
Es como darme la mano, sintiendo un alivio ante
el cansancio, un soporte suplementario que
siempre es suficiente y como cuesta sentir tranquilidad en esta contemporánea ambigüedad.
Es como mirarme
a los ojos, siempre buscando una tregua cuando ya no se da abasto entre
tinieblas.
Es como entenderme, casi siempre devaluado y
consecuente. Y se aceptan las culpas, se aceptan los instantes inertes.
Es como amortiguarme, sin amortiguadores ni
tridentes, con la dicha desabrochable de viernes a viernes.
Es casi tan símil como hipérbole, casi tan
metáfora como prosopopeya y nadie pierde, solamente se desgasta el onomatopéyico
sabor de la madrugada y su dimensión. Y nadie gana y finalmente se acaba la
función.
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