La retórica
discreta.
Sus manos
sujetándose de lo que sea, mientras mi espalda la suda sin clemencia.
La
respuesta de esa pregunta que nadie sabe formularse.
Un vicio,
una vida, unas caderas.
Un
instante, una letal abstinencia.
Una maraña
de sentimientos y unas cuantas trincheras.
Decenas de
madrugadas interminables, bajo la luna, siempre llena.
Un “para
siempre” acompañado de un “nunca más”.
Un esfuerzo
abismal por no sentir nada adicional.
Es cierto,
los errores se cometen mejor en la oscuridad.
No, no es
cierto, verse fijamente a los ojos aumenta la terrible intensidad.
Un choque
de placas, nada temporal.
Una mujer
herida.
Una mujer
sin Dios.
Y la mujer
exquisita, con la que nunca soñó.
Vuelos
suicidas equipados de eternidad.
Ambigüedades
recurrentes.
Desembocaduras,
valles, vertientes.
Sus labios
y mis tridentes.
La satisfacción
intransigente.
La desolación,
el futuro se convierte.
La soledad,
siempre hay alguien que no habla.
El aparentar,
siempre hay alguien que habla de más.
Y se nos acaban
los sueños, pero solamente para soñarnos más.
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