viernes, 3 de enero de 2014

Vorágine.

Antes de que usted llegara a mi vida yo ya estaba jodida, tanto que me dediqué a convertir sus caderas en mi redención. Tanto que me quedaron cortas las noches y me atreví a esperar a su lado la luz del sol.

Antes de saber que usted era mi sitio en el infierno y mi rincón tardío en el paraíso, podría jurar que ya estaba rota, podría jurar que nada me aceleraba tanto la insatisfacción, sin embargo, usted de pronto en medio del bullicio me sonrió.

Yo ya me moría y usted jugó a resucitarme. Eso, vida mía, me resulta imperdonable.

Antes de demostrarle que mi miedo era un lote baldío preferí recoger los escombros, y de verdad intenté no colapsar cuando nos fuimos dando cuenta de que a diario nos queríamos más, yo le juro, de verdad, que no quise nunca que se alejara, porque teniéndonos a milímetros, llegue a sentir que nos merecíamos más de cerca. Sin embargo, mi silencio, embustero y recatado, nos envió a la mierda.

Antes de que intentara exteriorizar como acto desesperado, quise decirle que yo era suya, que lo sigo siendo. Que esta mujer de estrepitosos defectos, esos que usted recuerda sin esfuerzos, tiene más fuerza en los brazos que la fuerza que tienen sus demonios para exaltarla en las madrugadas, porque a usted no le falta mi abrazo a lo largo de la jornada.

Por mi parte, para no sentir, prefería ignorarme. Para no flaquear, mantuve el ceño fruncido y nos jodimos, porque resultó que mi seriedad se convirtió en uno de mis atractivos. Para no flaquear, usted se dedicó a rebuscar en mi pantalón y le salió bastante mal, porque a la larga, entre tanta palpitación descubrió un corazón.

Yo no sé cómo explicárselo, pero cuando son sus manos, me saboreo satisfecha. Yo no sé cómo describirlo, pero cuando usted es la noche, yo simplemente no quiero que acabe la fiesta. Yo no sé cómo dibujarlo, pero cuando es su mirada, no me atrevo a pensar en fronteras. Yo no sé cómo escribirlo, pero cuando es su abrigo, mi soledad es solamente un recinto.  

No pienso darle largas al asunto, siempre he sido de pocas palabras y dudo que eso sea astuto, siempre me he aferrado a lo insulso, soy tan insana y complicada que nada me afloja las entrañas. Pero tengo un impulso desmedido por extrañarla, por desmaterializar las madrugadas para que usted se transporte a mi cama y yo abra los ojos al ver la aurora boreal sobre su espalda.  

No pienso correr a sus brazos aunque sienta la imperiosa necesidad, tampoco le quiero proponer eternidad. Pero al menos puedo escribirle que sin usted la noche dura un poco más, que sin usted bajo la sobrecama nada sabe igual.

Y qué más da, todo siempre termina igual. A mí no me gusta la sensación que deja esta cobardía, a mí me disgusta la tiranía, a mí me duele y de ninguna forma me alivia. A mí me falta y los ojos se me inundan al no tener las palabras para decirle que la quiero, para decirle que pese a mi silencio no quiero dejarla que se vaya. Pero siga su camino, usted nos hizo la felicidad amarga, yo me quedé callada y ahora se me desgarra la garganta.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hacía muchísimo que no pasaba por tu blog, y como siempre...perfecto.

Qué bonito pero a la vez que triste lo que escribió.

Cambié de blog: http://lossecretosdemisonrisa.blogspot.com.es/

¡¡Un saludo!!

Ellen Tamara Durán Wong. dijo...

Muchas gracias hermosa. Visitaré el tuyo. Un abrazo.