Me repetiría mil veces en tu
espalda, con un fernet a medio terminar, con tus ojos volteados y tus piernas
acelerándose hasta acabar.
Te repetiría mil veces en mis
manos, preguntando, endureciendo, afirmando. Y bajo estas pestañas, un tango,
uno ausente y bañado en tu partida, un tango que no suene tanto a despedida.
Nos duplicaría apasionadamente
para que la noche nos alcance, para que la mañana no tenga prisa y pueda
recorrerte artesanalmente, para tallar tus caderas en poesía y tu ingle en
alevosía.
Te amaría a como amaría nuestro
flamenco, a como amaría nuestros cuadros, nuestras plantas, nuestros
encuentros. Te amaría adentro y afuera, por encima y de costado. Te amaría con
la imperfecta devoción que me otorgaron los años de romances y presagios.
Olfatearía tus rincones en algún
callejón de Sevilla, me incrustaría en tus ojos a media luz y aprendería a
bailar las bulerías que querás bailar.
Despacio, no tengo afán,
solamente unas ganas inflamables de tenerte una vez más.
Se me haría la boca agua mientras
te miro aproximarte con mi whisky y tu sonrisa. Casi bella como nuestra verdad.
Casi bella como tu avaricia. Casi bella como mis palabras de amor, nunca dichas.
Te aplaudiría la función y te
mordería los labios a mi antojo y con el sabor amargo de mi enojo, perdonaría
cada uno de tus despojos.
Te hablaría con mi castellano
incandescente para que el tuyo se apropie de mi nombre y mis quehaceres, para
que tus bragas negras sean siempre la bandera de nuestro espacio y mis letras
te hagan mía hasta el ocaso.
Te llenaría los poros de arte y
los domingos de vino, saborearía tu vientre y subiría triunfante a tu
encuentro, entre sudores y Buenos Aires. Entre tu nombre gemido silábicamente y
tu voz entrecortada cuestionando lo que estoy tocando.
Sería tuya, yo que no soy de
nadie.
Te haría creer que el infierno es
sólo nuestro y que allá tendremos mate. La vida sería una suave aventura y vos
podrías ser lo que te dé la gana, podrías pasearte desnuda por casa con el café
en una mano y en la otra mis suspiros atragantados.
Serías la diosa, la Venus, mi
Galatea. Serías la dueña, la puta, la bohemia. Mi mujer, no la mujer de
cualquiera.
Nos repetiría para que nunca sea
demasiado tarde, te esperaría con la sidra servida, mientras las madrugadas de Valladolid
nos arreglan el desastre.
Nos elevaría en forma de romance
y te haría el amor en las orillas de una iglesia de Santiago, de Bogotá o
Granada.
Pensarías en mi cada vez que tengás
que ir al centro y tendríamos libros nuevos en la mesilla bañados de recuerdos.
Tendríamos la cena servida, el
pan, tus labios, mis chistes malos y el queso. El jugo, la sandía, nuestras
bocas sabiendo a cigarro y el exceso.
Nos repetiría veinticuatro/siete.
Y yo sería tuya, yo que no soy de
nadie.
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