He intentado escribirte en múltiples ocasiones,
Guadalajara, sin embargo, de cuando en cuando pienso, que no hay palabras que
logren describir que de todas mis muertes, vos serías la muerte que me haría
resucitar. Me recuerdo, me acojo, me despojo, te halago, te hago titubear.
A diario me exijo ser sutil, sin embargo, me
ahogás en mezcal, me convertís en monólogo y no puedo pensar, algunas veces me
enciendo, otras, me quiero suicidar.
Algunas veces, entre música y algo más, hacés
que me tiemble el alma y no es que esté mal, pero si me convertís en arte, no
te vas a querer detener, no vas a poder parar. Vas a ultrajar el resto de
sensibilidad que me permite palpitar.
Sos olor de otoño, sos las mejores lunas de
octubre, y entre aparentar, sos el aroma a lluvia que me hace bailar, a
deshoras y con tragos de más. Y aunque no haya aguacero, sabés cómo mojar la subterránea
realidad, no sabés lo que hacés, pero de vez en mes, lo hacés bien. Te aplaudo
el logro y te provoco brindar.
Te permito sentirte única, porque sos única,
digan lo que digan en cualquier avenida principal. Te dejás ser melodía, te queda la inocencia
suficiente como para arrugar la nariz al reír, y abarrotar de ternura cualquier
lugar, sos mujer, tan mujer que has permitido que te igualen con todas las
demás.
Pobre de vos, Guadalajara, te han vaciado entre comparaciones y malos repertorios, te han enjuiciado con todo menos con tus propios demonios.
Pobre de vos, Guadalajara, te han vaciado entre comparaciones y malos repertorios, te han enjuiciado con todo menos con tus propios demonios.
No sos tan mala como cuentan, ni tan surreal
como pensás, pero sos Guadalajara y a vos hay que saberte murmurar.
No sé dibujar corderos pero soy experta en ambigüedad,
reparo las manijas del reloj pero el tiempo me cercena a la mitad.
Un whisky a la salud de tus desembocaduras,
Guadalajara, me prometo regresar. Soy viernes y eso nadie me lo puede
refutar.