viernes, 12 de mayo de 2017

Bogotá






A Bogotá le faltan un par de buenos parpadeos para abrir bien los ojos, se cruza de piernas y llora todo el tiempo. No me aturde, yo me uno al desconsuelo.

Su agridulce textura y sus grises en exceso, enamoran a cualquiera que cante con menos intensidad cualquier acento.

Bogotá se pasea colonial y desalmada, con sus Dalí originales y sus desayunos de Botero por La Candelaria.

A veces la veo triste, sin embargo, cada primero de mayo se defiende, Bogotá marcha por su libertad, aunque sus avenidas estén llenas de seguridad social impertinente.

Bogotá se rasca los ojos frente al sistema y amanece sintiendo que cualquier cosa vale la pena.

Explota, pero ya no explota entre bombas y violencia. Explota entre libros, música de fiesta y un Juan Valdez por la Carrera Séptima.

Larga, oscura, desvalorada, con sus abrigos lujosos y sus pantalones rotos, Bogotá es cómplice y víctima de cualquier antojo.

Bogotá tiembla de los nervios y pide una Club Colombia para empezar, prefiere caminar de la mano y soñar, Bogotá no deja de soñar.

Siempre aperezada le abre su corazón a cualquiera y luego desfallece otra vez, casi siempre cerca de las tres.

Bogotá, con su otoño que parece invierno veteado con primavera. Me anima a convertirme, me da una cachetada y me obliga a redimirme.

Me da un beso cerca de los labios y me guiñe, porque esto está empezando y yo, como Bogotá, también quise morirme. 


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