jueves, 27 de diciembre de 2018

Sevilla





Todas esas son tú y no eres ninguna. Piedad Bonnett.

(Léase con un flamenco de fondo)

En Sevilla llovía como aquella tarde en la que no volví a pronunciarte, yo no era nadie, pero las paredes del aquel hotelito en Calle Daoiz 5, me refrescaron un poco la memoria, me atravesaron como flor de amapola.

Recesiones espirituales y duelos en forma de acertijos, aviones mal tomados, universos separados y ocasionalmente incomprendidos. 

Cualquier estación de tren y toda esa adrenalina que provoca no saber hacia dónde correr. Todo eso era yo, pero yo no era nadie.

Yo era un manojo de poemas inconclusos y sin una jacket impermeable. Vos fuiste cada esquina, en medio de un aquelarre.

Las guitarras sonaban por todas partes, las gitanas fingían estar expectantes y yo bañada en tormenta, en Oloroso de Jerez. En esas ganas de volverte a ver.

Después de vos, Sevilla, cortándome la voz. Pidiéndome decir su nombre a gemidos y con la latina convicción que le provocaba espasmos. Yo era un atragantado jaleo indecente. Yo era su milagro.
   
Sevilla no dudó en hacérmelo bien, tanto, que no puedo volver. Me sentí tan cerca de Bécquer, tan próxima a esas callecitas por donde no pasan los coches, tan tuya y del mar, que no hacía otra cosa que no fuera palpitar.

Estuve tan viva, que quise morirme antes de acabar.

Y es que es en serio, las guitarras sonaban por todas partes, las Setas de Sevilla se afincaban sobre mí. Pero yo, yo estaba tan lejos de sentir, tan cerca de hincarme y rezar, para que Sevilla fuera vos o para que vos fueras mía una vez más.  


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