lunes, 26 de agosto de 2013

Fair enough


Como si mis derroches le maltrataran la nostalgia. 

Como si mis besos se fundieran en su espalda.

Como si el cosmos colapsara infame ante el gemido errante de la madrugada.

Como si se evaporara entre mis manos, abstracta y contraída, solicitando siempre una caricia.

Como si fuera la noche y el día en el que nos ganó la cobardía.

Como si me sujetara mientras me marcho yo también.

Y me tiró a los brazos de quien fuera, para que entendiera que la incompletitud existía en cualquier rincón del planeta.

Y jugó con sus instintos para envolverse en llanto, tan escasa de heroísmo, tan envenenada entre cansancio.

Porque vivimos como penitencia una trinchera de caricias y madrugadas perdidas.

Porque aprendimos que dormir era un adicional, si era que nos permitíamos consumir la realidad, entre piel, caos y complicidad.

Porque la vida caminaba mientras nos estancábamos en contradicción, hallando de pronto el gusto del sinsabor, dándonos de forma acelerada el corazón, saboteando completamente a la desolación.

La alegría se manifestaba y sus espasmos se instalaban en nuestra jornada.

Nada que decir cuando la sobriedad no es parte de la cotidianidad. Nada que decir cuando busco carcajearme con la calle sin salida que construimos tan bien y sin flaquear.

Nada que agregar, la ambigüedad rebota en el placard, la verdad levita insatisfecha y al calendario se le ahogan las fechas.

Guardamos el más letal de los secretos, nos derretimos como relojes indiscretos.

Nos dañamos sin consentimiento, para acabar precisando lo perpetuo. Para acabar en el mismo punto insatisfecho, en el que la fragilidad pasaba del sudor a los trayectos incompletos. 


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