Sé sufrir y cocinar.
Nunca puedo dormir antes
de la media noche, la vida es un zumbido y yo estoy llena de derroches.
Nunca logro despertar
después de las seis, los vuelos suicidas tienen primicias y yo casi siempre me
la paso de irracional, creyendo que puedo tocar el cielo con sólo mirar.
Sé amar y leer en voz
alta.
No me da miedo declamar
que vivo para sentir a infierno abierto, sin embargo, los golpes ya son
cientos, las letras un tormento y los recuerdos una leve sensación entre
paraísos traicioneros.
Sé esperar y desesperar.
A la medida de lo posible
soy la puerta de la plena libertad, puedo dar en un brindis lo que doy en un
sujetar de mano, puedo dar en una noche lo que nadie ha dado en años. A eso no
le llamo ser indispensable, le llamo ser inolvidable y como le ha dolido a mis
romances baratos.
Sé envolver y desprender.
Cuando menos lo espero
rompo en llanto. Cuando la noche es larga y he saboteado mis lágrimas entre
sonrisas, cuando despierto en camas en las que no está quien quiero que esté,
cuando miro unos ojos que no me generan ningún tipo de dicha fundamental. Cuando
la vida viene, a avisarme que se va.
Sé detenerme y resurgir.
Le tengo miedo a todo,
sin embargo, hoy no le tengo miedo a lo que fui, porque en determinado momento
mi pureza se confundió con el cemento, porque alguna pieza del rompecabezas me
saturó de tormentos. Porque la vida quita pero pone y a veces cuando me pone a mí
en algún lugar, la magia fluye y se siente algo adicional.
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